Después de apoyarme sobre tu mejilla durante un rato, descubrí el silencio. Fue una linda tarde donde planeamos nuestra vida. En pocas horas dibujamos sobre una tela mi vida y la tuya, juntas para siempre. Dejé la ventana abierta para que la banda sonora de pajaritos nos alumbrara, ayudándonos a soñar. Quizás durante un rato dormimos, quizás fue sólo un pestañeo prolongado, quizás fue el silencio maravilloso que relativizaba la realidad, llevándonos a veces, a lo onírico. Creo que afuera, allá en el ruido, hacía frío, pero la frazada que nos cubría, y nuestro amor, sobre todo nuestro amor, nos abrigaba. Te dije que iba a llegar un momento, en el que estaríamos así, le dije yo, y ella me respondió que en un principio le costaba aceptar las cosas de la manera que se dieron, le costaba volver a creer en el amor y luchar por esto. Y se me vinieron a la cabeza esa serie de cosas, que me duelen, que me dan inseguridad y provocan incredulidad. Ese beso que la ví darse con mi hermano, las confesiones que me hacía antes de que supiera lo que yo sentía por ella y tantas otras que provocaron las heridas que creo, aún no cierran. Pero aquella tarde, las cerré por un momento. Así como existe una memoria a corto plazo, existe un olvido a corto plazo, que me permite soñar ahora. Le di un beso para cicatrizar. Le dije te amo, a modo de anestesia para el dolor del recuerdo. Siempre funciona, y esta vez también.
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