Monday, September 03, 2007

Soñar para volar


Tuve ilustres visitas desde la ciudad donde nunca sabe a sal. Se vinieron a empapar de mar, de bruma mañanera, cantos de gaviotas y vientos de septiembre del viejo puerto. Es necesario, de vez en cuando tomar un barco y huir, de donde sea, arrancar a algún lugar donde no exista el tiempo y los relojes ya no sirvan, dónde sólo sirva ver al sol hundiéndose en la cuna. ¿Las excusas?, esas se inventan, inventar no es difícil. Después de los saludos y todo lo demás, mi prima Vale-Vale, me pide que le cuente una de esas historias, que a veces me cree y otras no, pero que de todas formas le gustan mucho, mi prima aún cree en mentiras y también en verdades mentirosas, así que puedo echar a volar mi imaginación por un rato. Entonces le empecé a contar la procedencia de los hombres terrestres, y como nos habíamos asentado tan tristemente en este lugar. Todo esto ocurría en un décimo piso de algún edificio en un cerro porteño (podrán imaginarse el contexto del relato y la situación), mirando el mar y las casas coloridas como arena ante sus pies, mil piedras de colores. Le conté que hace mucho tiempo, tanto tiempo atrás, que ya muchos hombres han olvidado esta historia, y ya son pocos los que la cuentan (incluso muchos la saben, pero no se atreven a contarla), los habitantes de este mundo tenían bellas alas, incluso más bellas que muchos corazones. Los hombres podían volar por los cielos, y de hecho, vivir en ellos. Es así como muchos se iban por un tiempo más allá de las nubes, y luego volvían, estaban por ejemplo en la época de verano en la tierra y luego se iban, o elegían la estación de su gusto para pasarla acá, y después emigraban al cielo. La raza de los hombres era nómada por naturaleza. Pero había seres más radicales, a los que no les gustaba volver a la tierra, y se asentaron en los cielos para siempre. Este número empezó a aumentar, y cada vez eran más los que se quedaban allá arriba de manera permanente. Mientras esto pasaba, los demás hombres seguían en su ambivalencia residencial, cosa que molestaba en sobremanera a los habitantes aéreos. Así fue como se generaron un sinfín de discusiones y rencillas, hasta que llegó el día en que los habitantes permanentes de los cielos se atrincheraron allá arriba, y comenzaron a atacar a los visitantes que provenían de la tierra. Entonces comenzó una lluvia de hombres heridos, caían por todas partes, la gran mayoría murió al instante, sólo unos pocos sobrevivieron. Muchos perdieron sus alas, otros se resignaron y se olvidaron de volar. Las generaciones siguientes comenzaron a nacer sin alas, hasta nuestros días, hasta los días que vendrán. Pero esto no acaba acá. Los hombres de los cielos comenzaron a atormentar a los terrestres, y en algunas noches del año visitaban la faz de la tierra y lanzaban piedras a los techos, piedrasos que provocaban pesadillas horribles, y que siguen provocando. Acá es cuando mi prima ya no me estaba creyendo nada. Me dijo mentira!, y se reía burlándose de mi historia. Pero cuando menos te lo esperas, la vida te juega una buena pasada, o mejor dicho, la realidad le juega una buena pasada a la fantasía, a lo mágico, y yo con mi prima miramos hacia abajo, y mi prima se queda mirando una casa, específicamente el techo de una casa, y me dice, con una voz ingenua y sorprendida, piedras como esas? y con su dedo índice señala (más menos) en 320 grados, y yo siguiendo la dirección de su dedo digo . Entonces aquel techo tenía varias piedras apozadas sobre él, y ante aquel hecho que avalaba mi historia continué. Habíamos quedado en las pesadillas, en la capacidad de los hombres alados para bajar, lanzarnos piedras al techo de nuestras casas, atormentarnos, y todo esto, sin que pudiéramos hacer nada, sin la capacidad de escucharlos, por lo menos con los oídos comunes y vulgares. Pero había una forma, de recuperar las alas, y volver a visitar el cielo, pasando desapercibidos. Cuando los seres aéreos venían, después de aventar piedras, comienzan a fanfarronear sobre sus cualidades, y una de las cosas que comentaban era la forma en que los hombres terrestres podían recuperar la capacidad de volar. Esto sólo lo escucha nuestro inconsciente en los sueños, por lo que casi nadie lo escucha. Casi nadie. Entonces aún quedan esperanzas, ya varios han logrado despegar del suelo, han burlado a los alados y los han visitado por las noches. Han escuchado en sus sueños que las alas se esconden en nuestras mentes y corazones, pero no nos damos cuenta. Han oído que sólo nos olvidamos de volar, pero que nunca perdimos las alas. Han oído que somos unos tontos. Y unos ciegos. Y la Vale-Vale me miró extrañada, volvió a mirar la casa apiedrada y se fue. No sé que habrá soñado esa noche, yo soñé que volaba, y aún no dormía.

1 comment:

Anonymous said...

Las palabras que elegis para escribir, transmiten sentimientos, y transportan a quien las lee a tu mundo.... casi como un Don.
Un placer leerte. Lo seguiré haciendo con tu permiso. Es una forma de mirar a través de la ventana de la vida...
Un beso desde el otro lado de la Cordillera.
Euge