Sunday, June 17, 2007

Días de Locomotora


Íbamos apurados, y pasó eso que nunca te imaginas, esas cosas que ocurren solo cuando andas apremiado. El metro estaba cerrado. Imagínense, cuando han visto una estación de metro un día sábado, cerrada a las 2 de la tarde, en una ciudad capital y metrodependiente como santiago, es totalmente irrisorio, claro para mi no lo fue, iba apurado. Desconcertado con mi primo, y bastante descolocados por la situación casi surrealista en la que nos encontrábamos, comenzamos a buscar soluciones. Transantiago fue una de las primeras que descartamos. Caminar hasta Plaza de Armas era la mas sensata, hasta antes de concretarla. Llegamos y nos dejamos llevar por la sensatez, era casi nuestra única opción (transantiago no existía). Allí, mientras revisaba si quedaba saldo en mi tarjeta Bip!, comenzaba a hacerse una cola tras de mi, y caras mirando me decían “voy apurado”, como la cara que puse cuando vi la estación Cal y Canto cerrada. Así que, luego de comprobar que mi tarjeta estaba escuálida, me fui a comprar mi boleto. Uff, que fila, y estaba apurado. Con mi ticket en mano traspaso la frontera. Y comienza la gente a “llevarte” a los vagones. Llevarte literalmente, en contra de tu voluntad. A esa altura, mi voluntad ya pasaba a segundo plano. Y luego comienzas a depender del azar, apuestas todas tus fichas a un número específico de la ruleta, y esperas a ver que sale, es el todo o nada, o te quedas abajo o sigues adelante, con mi primo elegimos, levantamos la mirada y delante de nosotros un caballero con una especie de silla metálica. Nos miramos y dijimos, “con este ahí delante, no entramos”. Luego una señora, pasada en tragos y de buen humor, nos pregunta la hora, y desde su punto de vista era temprano (y nosotros íbamos apurados). Entonces comienza a girar la ruleta, el metro pasa y pasa y rogábamos porque la puerta cayera frente a nosotros, de a poco se detiene…estábamos de suerte, bajo mucha gente así que había espacio de sobra, y el caballero con su silla nos fue abriendo el paso. Lo más divertido y raro no es que el caballero fuera con su silla, sino que no se sentara en ella al momento de entrar al metro, la gente lo miraba y le decía “pero siéntese”. Mi primo bajó a lo Michael Jackson del metro, para hacer la combinación siguiente, salimos ilesos, aunque en un momento temimos por nuestra integridad. Llegando a la otra línea, el metro venía llegando, apuramos el paso y delante de nosotros habían tres jóvenes uniformados, las puertas se abren y empezamos a entrar casi por inercia, los tres jóvenes hacían lo posible por entrar al igual que nosotros, mientras yo me ayudaba con el bolso para hacerme camino, cuando las puertas se empiezan a cerrar, miro hacia fuera y uno de los futuros militares estaba del otro lado del vidrio, los compañeros lo miran desde adentro, uno se levanta la gorra levemente en son de despido, y el otro le dice: “hemos tenido una baja”.
Quedaba poco, un par de estaciones y listo. Ya a esa altura no iba apurado. Bajamos normalmente, caminamos viendo todo tipo de regalos alusivos al día del papá, pasamos por todo ese templo del consumismo, viendo como la gente dedica su día libre a comprar, ni quedarse en casa ni ir a la plaza ni compartir en familia, salir y comprar, ocupar los plásticos, que para eso están. La micro para Peñaflor estaba casi llena, quedaba un asiento, mas bien dos, mas bien uno, hasta que el chofer dice: “señor, tome en brazos al niño”, entonces el señor se para, se dirige al chofer y le paga el pasaje al niño. Quedaba un asiento. Me comenzaba a bajar el apuro nuevamente. Bajamos, casi resignados a tener que esperar la otra micro. Pero ya habíamos pasado tantas cosas en tan poco tiempo, que una más daba igual, y decidimos pedirle al chofer que nos llevara por monedas y nos íbamos parados, a lo que el chofer cedió gustosamente, era negocio redondo. Subimos dispuestos a irnos parados por esa media hora, desde mi punto de vista, faltaba poco para llegar. Íbamos apurados.

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