Tuesday, July 03, 2007

invitation to imagination




Hay cosas que se llaman de cierta manera. No se si se llaman o las llamamos, creo que la segunda esta mejor dicha. Nuestra arbitrariedad nos lleva a absolutizar todo a nuestro alrededor, cosa que mengua nuestro vocabulario, y luego nos quejamos porque no sabemos hablar, porque se pierden palabras usadas antaño (con nostalgia política-patética incluida) o porque nuestra juventud obtiene bajos puntajes en comprensión de lectura y no sabe escribir una frase medianamente coherente e imaginativa. Y todo eso porque nos enseñan que algo tiene un nombre específico y rígido, rotulan un objeto como quien pone una etiqueta perenne inmodificable, transforman cosas intangibles en una especie de frasco que en su interior tiene una sustancia extraña, sustancia llena de simbolismos y significados enrevesados, sustancia que a veces son sentimientos, expresiones, aromas, sabores, formas, etc. Pero para eso no necesitamos la razón, con nuestros sentidos nos basta, y entonces caen las etiquetas y se despegan como con agua caliente, y es entonces cuando a las cosas las llamamos. Un claro ejemplo de lo anterior, y para mostrar no sólo mi molestia, sino también la de muchos, es lo que me ocurrió un día conversando con una puerta, específicamente la de mi baño. Se sentía dolida por el trato que se le ha dado durante su triste existencia.
-De frentón te digo- me decía ella- que no me gusta mi nombre, porque la gente generalmente lo asocia a privación de algo, a cerraduras y coartaciones de libertad. Los niños me dibujan siempre cerrada en sus casitas de colores. Yo me siento YO cuando estoy abierta, y ahí no se si llamarme puerta o de otra forma, puedo moverme a piacere, a mis anchas sin que nadie me moleste y puedo flirtear tranquilamente con el viento y el roce de la gente.
Entonces entendí a mi querida amiga y le dije que trataría de mantenerla abierta la mayor parte del tiempo, porque a veces el “olor” (y no el amor) es más fuerte, y entonces debía velar por el bienestar familiar y volver a llamarla “puerta”. Luego de aquel coloquio, y antes de otra recriminación parecida, abrí la ventana del living y le dije “ahí estas a tus anchas arquilosa”, nombre que al parecer le agradó porque empezó a crujir y moverse toda cocoroca. Por eso amigos les invito a quitar rótulos, a usar los sentidos más que el intelecto y la razón, simplemente los invito a imaginar.

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